Fiestas paganas, fiestas cristianas, y la regeneración personal que se produce al comenzar a cuidar de nuestra niña/o interno.
En muchas culturas y tradiciones estos últimos días de diciembre representan tiempos de regeneración y renacimiento; el renacer de la confianza en que la naturaleza, pase lo que pase, continúa con sus ciclos regulares; que el sol en el hemisferio norte comenzará a ampliar su presencia segundo a segundo en el devenir de los días luego del Solsticio de invierno, y en el transcurso de semanas y meses hasta llegar a su polaridad, en el próximo mes de junio. En el hemisferio sur nos encontramos con la situación complementaria/Solsticio de verano.
A partir de esta noción de celebración de la regeneración de la naturaleza, el cristianismo lo ha reinterpretado como el nacimiento de Dios hecho hombre.
Quiero compartir especialmente sobre nuestra propia regeneración como seres humanos. Me refiero al renacimiento que experimentamos cuando comenzamos a atender, cuidar y nutrir nuestra niña/niño interno, es decir nuestros aspectos más vulnerables. Logramos así fortalecernos, a partir de incluir y sostener nuestra propia vulnerabilidad, alejándonos de la innecesaria dureza con nosotras, con nosotros mismos y los demás.
En las próximas líneas te invito a leer sobre nuestro propio renacimiento, al ahondar en por qué, para qué y cómo cuidar de nuestra niña/niño interno.
¿Cómo es esto de la niña, del niño interno? Si ya soy una persona adulta…
Cuando hablamos de la niña interna, del niño interno, nos referimos a las experiencias que hemos tenido en la infancia.
A esas sensaciones que por ser las primeras nos han dejado huellas; a esos mensajes que hemos recibido e incorporado sin filtro, porque no lo teníamos en ese momento.
En el proceso evolutivo del ser humano, el momento de la infancia es crucial. Las figuras adultas referentes son indispensables para sobrevivir y para comenzar a sentir pertenencia; el sentido de pertenencia es vital para todos los humanos.
Es importante destacar que en esos primeros años tan importantes de nuestra vida, no hemos desarrollado aún la capacidad de razonamiento, tampoco el criterio propio, somos prácticamente esponjas absorbiendo todas las vivencias y experiencias de vida, quedando estas registradas en nuestro organismo.
En estas primeras etapas se conforman nuestras creencias fundamentales, aprendemos a vincularnos de determinada manera, así como a comunicarnos, y también aprendemos a regular nuestros estados emocionales.
El concepto del niño interno entonces, se refiere a la parte de nuestra psique que alberga nuestras experiencias, emociones y recuerdos de la infancia. Este «niño/a» representa no solo nuestras vivencias pasadas, sino también nuestras necesidades emocionales, deseos y vulnerabilidades.
A menudo, el niño interno puede manifestarse en comportamientos y reacciones en la vida adulta, especialmente en momentos de ansiedad, estrés o conflicto; lo que puede generar un gran desconcierto.
En el momento que incluimos la idea de que nuestra niña, nuestro niño interno nos acompaña, que está presente en nuestro organismo, es un momento realmente de renacimiento, pues comenzamos a comprender aspectos nuestros que tal vez rechazábamos, o no comprendíamos y tal vez nos avergonzaban.
A partir de allí nos abrimos a incluir las emociones que sentimos, a preguntarnos sobre nuestros valores y creencias; a atender y entender nuestras vulnerabilidades, a mirar y elaborar situaciones dolorosas de nuestra historia. Sobre todo es una oportunidad para tratarnos mejor a nosotras mismas, a nosotros mismos, para darnos mensajes de aliento, para darnos el apoyo que necesitábamos en la infancia y que por alguna razón no fue posible.
El permitirnos observar nuestra niña/o interno, el reconocer su existencia es un paso relevante en nuestra vida adulta, pues a partir de allí nos comprendemos mejor y comienza un proceso de aceptación si no lo ha habido antes; logramos expresar emociones reprimidas, abordar traumas no resueltos y que a día de hoy pueden continuar afectándonos.
Aprender a atender, cuidar y nutrir a nuestra niña/o interno es vital en nuestra vida adulta, ya que nos convertimos en nuestros mejores cuidadores, fomentamos una mayor conexión con nosotros mismos, una vida más plena y auténtica.
Con este renacimiento iniciamos un viaje transformador que nos ayuda a vivir con más presencia, consciencia y libertad emocional. Solemos reconectar con nuestra inocencia, con la espontaneidad, con el entusiasmo por descubrir y crear.
También nos ayuda a establecer límites más saludables en nuestras relaciones y a tomar decisiones que realmente resuenen con nuestro ser auténtico. Al reconocer y validar nuestras necesidades y deseos más profundos, podemos vivir de manera más alineada con nuestros valores y aspiraciones; así como utilizar nuestros recursos personales a nuestro favor a la hora de gestionar situaciones complejas, como pérdidas, estrés o ansiedad.